lunes, 25 de abril de 2011

Crónica de una mañana campestre


El frío de la mañana se siente tan fuertemente que cuesta levantarse de la cama. Las frazadas no alcanzan a cubrir el efecto de la helada. Lo increíble es que afuera hay un sol impresionante, pero el frío hiela los huesos. Juntar las fuerzas para destaparse y arrancar la jornada es el primer desafío. Tocar el piso húmedo y congelado es aterrador. Por eso vestirse sobre la cama es lo ideal. Ya, con la ropa puesta, se puede apoyar los pies en el suelo e ir al baño a lavarse la cara. El agua sale tan fría que el despertar es inmediato. Al entrar en la cocina arranco la hoja del almanaque indicadora del día. La  parte posterior lleva un proverbio judío que dice “El que no puede sobrellevar lo malo, no vive para ver lo bueno”. ¿Será así? El paso siguiente es poner la leche a hervir en la cacerola, y para ello, prender el fuego es esencial. Si la leña está húmeda, es una tarea que lleva bastante tiempo. Nunca hay que confiarse con el fuego, porque puede parecer bien prendido, y en un instante apagarse del todo. Hay que esperar a sentir el crepitar y el armado de la brasa. Si la leña estaba seca de antemano, es mucho más sencilla la tarea. Mientras los troncos arden contemplo la lucha de cientos de bichos bolita que corren por su vida. Se alejan del humo tóxico y se acumulan sobre la superficie del tronco a la que todavía no alcanzaron las llamas. Siento pena por ese pequeño universo que lucha por subsistir y les alcanzo una rama. Ninguno se sube. Asumo que prefieren morir y acelero su muerte arrimando el tronco al fuego. Abajo, en el piso de la cocina veo al único, que cual ave fénix logra sobrevivir de las cenizas. Lo empujo para que encuentre la salida. La leche debe hervir un rato. El ruido que hace al burbujear y chocar contra la nata compite con la alegría de los pájaros tras un día de sol. Afuera, a la vuelta de la casa, se ve una culebra verde y negra avanzando por la vereda, mientras una ratonita la desafía desde cerca. Los pavos también aprovechan el calor y se echan cómodos, todos juntos para descansar sus plumas. El gato aparece maullando por la ventana cuando siente el olor de la leche caliente y el humo de las chimeneas. Hace monerías colgado de la ventana, engancha sus uñas en el mosquitero y se trepa. Por momentos parece preso de una trampa de la cual no sabe escapar, pero después de meditar la situación, encuentra la salida. A lo lejos, desde la cocina, se puede ver a los caballos tomando agua y corriendo. Algunos se rascan mutuamente, se muerden, juegan.  Los pavos se mueven, sacuden su plumaje, cantan en su lengua, y emprenden la partida. El macho infla el pecho para mostrarse poderoso y corre a una de sus pavas favoritas. Todos se levantan, solo una queda en el piso, al sol. No parece interesada en lo que hace el resto. Es la rebelde del grupo. El búho está escondido en el galpón, porque es el único que no está entusiasmado con el sol. Sólo le gusta la noche con sus murciélagos. Ellos también duermen, y eligen el lugar más calentito de todos: los taparrollos de las cortinas. De noche, se los escucha caminar y rasguñar la pared del dormitorio queriendo salir. Yo también quiero estar afuera. Tomo mi taza de leche con café y entrego mi cuerpo a la hermosa luz del día. El gato se me acerca y juega entre mis piernas. Las cotorras cantan y parecen estar contentas. Los árboles no se mueven, pero dejan manchas sobre el pasto donde depositan su sombra, que con las horas cambia de dibujos. Las abejas se suman a la melodía mientras trabajan en el panal. Todo se prepara para que una vez más, el universo de comienzo al espectáculo de la vida.

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